El resto es baile
El resto es baile
Por: Juan Carlos Guardela
A Nadia y a Julieta
"Alguien, en algún sitio, ha echado a andar toda la maquinaria del gran baile, y luego ha pretendido que seamos nosotros los responsables" Gastón Baquero.
LO “BIEN DICHO" VERSUS LO MALDITO
Lo que les queda a los habitantes de los barrios marginados de las
ciudades del Caribe es el baile. Su linaje fue sometido a la esclavitud
por siglos y la historia está en deuda con ellos pero los abusos y las
agresiones continúan. Lo digo porque hoy, más que en décadas anteriores,
hay un natural desdén de las élites hacia la música champeta a pesar de
que se trata de una expresión con resonancias formidables en muchos
países.
Desdeñar las expresiones culturales es una de las formas invisibles
del abuso y el peor de los narcisismos. Así sucedió con las danzas
africanas e indígenas al ser relegadas a estampas de entretenimiento
pasajero, o adorno curioso, en las noches de tragos de los turistas en
la Plaza de la Aduana, o de telón de fondo en los set de los Concursos
Nacionales de Belleza.
Foto: Joaquín Sarmiento.
Por otro lado la resistencia a la champeta se hace más notoria cuando
se le relaciona con la vulgaridad, cuando se adentra a su mundo con
resquemor. Claro, por eso “la vulgaridad es la conducta de los demás”,
dijo Óscar Wilde. Y creo que esa percepción es herencia de la vieja
confrontación entre el minarete y el escorial, entre el balcón palaciego
y la calle estridente, entre lo sucio y lo limpio, entre lo “bien
dicho” y lo maldito.
Traigo varios ejemplos radicales que ilustran esa épica del ultraje.
1. Hace 17 años el periodista Enrique Santos Calderón publicó dos
artículos bajo el título “Prohibida la champeta”. En esas notas, un
tanto jacarandosas y bien escritas, el periodista celebró que el alcalde
de Malambo de aquella época prohibiera al género porque contaminaba la
verdadera tradición musical. http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-868750
Santos Calderón aseguró sin turbación que la champeta es “mediocre e
insulsa” y que la alcaldada “toca con el fondo de un inquietante
fenómeno: la progresiva degradación, desnaturalización y nociva
contaminación externa que invade a los más representativos géneros de
nuestra música popular costeña (…) Lo que choca, irrita y subleva, es
cuando el porro comienza a rapearse o se champetiza la cumbia”.
Foto: Fernando Mercado
Muchos lo apoyaron. La idea era proscribirla. Se habló hasta de
“prostíbulo musical”. En el debate el periodista Juan Gossaín manifestó:
“Ya era hora de que algún alcalde moderadamente inteligente decretara
una zona de despeje del mal gusto. El medio ambiente musical sano es un
derecho fundamental que es necesario protegerlo de la champeta y del
tecnomerengue”.
2. Desde finales del 2014 la Fiscalía emprendió una investigación
penal en contra de Raimundo Angulo, presidente del Concurso Nacional de
Belleza, por el delito de hostigamiento por motivos de raza, religión,
ideología, política u origen nacional, étnico o cultural. La denuncia
fue interpuesta por el periodista Édison Lucio Torres, luego de que uno
de los intérpretes de la champeta, Mister Black, fuese vetado en una
actividad. “Ni serrucho ni bandidas”, imprecó Angulo, imponiendo así la
etiqueta de ordinariez e incorrección a la música champeta. El certamen
argumentó que los contenidos de los temas fueron considerados como
“lacerantes de la integridad de la mujer”. La investigación se archivó
por el desinterés del denunciante y porque Mister Black aportó un
escrito en el que dijo que nunca se sintió discriminado.
3. Días antes, en octubre de 2014, varios empresarios de la ciudad
vetaron de todos los eventos de las Fiestas de Independencia que
patrocinaban a las canciones “La cantúa” de DJ Clinton y DJ Alex, y
“Chupa la mazorca” de Gerardo Varela quien fue contratado para amenizar
con sus composiciones la Noche de Fantasía que se realizará este viernes
en la Plaza de la Aduana. A pesar del revuelo en las redes sociales
nadie hizo la denuncia respectiva, eso sí, se anunció una investigación
de la cual no se tuvo noticia.
4. Un año después, en noviembre de 2015 preocupados por los bailes
eróticos se propuso un proyecto de acuerdo en el Concejo de la ciudad
con el fin de sancionarlos, ya que según los concejales estas canciones
hacían apología al sexo entre menores. La idea era prevenir “actos de
erotización temprana”. Así los menores que bailaran con contacto físico
de tipo sexual podían ser sancionados al igual que sus padres. Terrible
panorama.
Cuando se acabaron los argumentos y los concejales cejaron en su
empeño, los noticieros nacionales e internacionales dieron la noticia de
una sueca que aseguraba haber quedado embarazada por bailar la ya
famosa champeta titulada “El Serrucho”. Claro, la champeta era la
culpable.
En esta trama participaron psicólogos, psiquiatras, autoridades e
incluso obispos y líderes religiosos lanzaron admoniciones. De paso se
vinculó al baile con la prostitución infantil.
En vez de ir a la raíz del problema la opinión nacional y los medios
prefirieron escandalizarse con la música misma y mostrar, de nuevo, a
“lo real maravilloso” y a la exageración propia del Caribe caliente,
como noticia insuperable que da rating.
Es evidente: la prostitución infantil está vinculada a los altos
niveles de pobreza, a la promoción de la ciudad como destino sexual y
paradisíaco y al incontrolable microtráfico de drogas (que cada día
recluta a más jóvenes y adquiere mayor poder en los barrios).
El cantante de champeta Louis Towers por esos días dijo a los medios
algo que todavía resuena: “Lo que debe preocupar a cualquier autoridad
es mejorar le educación de los niños, en especial los que pertenecen a
sectores donde se pasa hambre (…). El problema es de educación”.
Entonces las autoridades, como siempre han hecho desde hace décadas,
empezaron retener el mayor número de los aparatos de música en los
rincones de la ciudad.
“CULTURA ALTA” VERSUS EL PICÓ
Pareciera que el análisis de la champeta encarna el estudio de lo
socialmente incorrecto. Pero ¿qué es lo incorrecto y qué no lo es?
A lo largo de la historia del Caribe y de la nación se impuso una
sola noción de cultura, la de las lógicas hegemónicas, la de las élites.
Así prevaleció una visión que excluyó a lo popular para hermanarlo con
lo nocivo, con lo oscuro y sucio, con lo indígena, y de paso con el
loco, el negro, el pobre y el joven marginal. Esa cultura define al
subalterno, crea los términos de la exclusión. Y este análisis se puede
extender también a lo comunicacional, a lo dancístico, a lo pictórico, a
lo literario, a la educación, a política e inclusive a las forma de
amar.
La cultura “culta” esta halla impregnada de creencias, metáforas y
símbolos referidos a la vida que se han entronizado como referentes de
lo limpio y lo blanco.
Así extinguieron a las lenguas indígenas. Así esa “cultura culta” impuso
su visión de limpieza en los modos públicos de expresarse (y de
bailar). Por alguna razón a los homicidios selectivos en estos barrios
de las ciudades del Caribe durante los 90, se les llamó “limpieza
social”.
El Rey de Rocha
Por otro lado el Caribe participa del carácter histórico de sus
ciudades y las tesis que predominaron en el Siglo XX insistieron en la
condición atlántica de la región y privilegiaron la herencia cultural
española (Eduardo Lemaitre y Donaldo Bossa), lo que significó la
negación de su pasado Caribe y sus realidades étnicas. Por eso la
tendencia fue excluir la diversidad de la vida social y los imaginarios
urbanos. Como vemos el minarete venció al escorial.
EL PICÓ, BANDIDO MAYOR
Y si al ritmo de los negros se le ninguneó, al picó se le miró con
terror. Algunos aparatos caseros en los años 60s y 70s eran capaces de
hacer bajar el amperaje de los tendidos eléctricos, lo cual demostró el
ingenio de estos “ingenieros electrónicos” improvisados. En un principio
el picó fue diseñado por aficionados a la electrónica y aquel que
tuviera mayor número de tubos electrónicos y actualizadas canciones, era
considerado el mejor. Se trataba de amplificadores construidos con
diodos y tríodos del mercado local, pero la exigencia del público de
mayores decibeles hizo que en 20 años (de los 70s a los 90s.) se
perfeccionaran a tal extremo que se empezaron a construirse con
artefactos en estado sólido. Hoy son organizadas empresas familiares.
En esos barrios el picó es multiplicador de los vínculos sociales y
amplifica el sonido a niveles bestiales. En la caseta el picó trenza los
cuerpos y en el baile todo es logro, por eso bailar no es sencillo, no
es de obediente naturaleza.
El picó no es para escuchar música en recintos privados, es para que
el mundo entero escuche. Resultó ser el instrumento de la riposta del
barrio menguado contra los barrios encopetados. Cuando los cuerpos se
trenzan al lado de un picó aparece una realidad más allá del atronador
cuadro que vemos. Hay algo más que esa sensual coreografía de alucinante
rareza ya que detrás de ese hechizo hay una historia silenciada.
Al final el picó empezó a ser relacionado con los hechos delictivos de las ciudades.
EL BAILA COMO RIPOSTA SOCIAL
Quienes no se acercan a la champeta desconocen que en su creación hay
un desquite y por eso mismo el grupo social que la baila encuentra en
ella sentido e identidad. Por eso hay que mirarla con respeto. Las
formas verbales y no verbales que se manifiestan son rituales festivos
con inmensas riquezas.
El estudio de la champeta exige revelar esas historias acalladas por
las estéticas del “decir bonito” y por las dinámicas del poder
instaurado. Son saberes de “baja estofa”. Un pequeño ejemplo, de tantos
que puedo dar, es la ya estilizada canción de Louis Towers “El liso en
Olaya”.
No se trata sólo de “menearse” lúbricamente, para eso está el
grinding o el twerking. Lo que porta la champeta es una historia no
contada, el discurso del cuerpo como riposta social, la lucha frente a
los poderes.
ESPULGAR LO SUCIO DE LO LIMPIO
La champeta es el mejor ejemplo de cómo el poder trata de espulgar lo
sucio de lo limpio y de cómo esas expresiones resistieron el embate.
El sólo nombre de “champeta” proviene del cuchillo de la casa que
forma parte ya de la querencia cotidiana por su continuo uso. Este
cuchillo se vuelve champeta cuando es afilado para la defensa, cuando
pasa de la mesa de la cocina al cinto del bailante. El término fue
referente desdeñoso de la cultura marginal pero hoy es emblema de
orgullo de estos envalentonados dueños de una simbología auténtica.
Bailar champeta es una manera de acceder a un poder todavía no saqueado,
una altísima forma de resistencia mestiza. Por eso ser champeta es una
cosa compleja.
El más elevado aspecto de la champeta no es el estrellato de algunos
ejecutores ni la comercialización de sus productos, sino el baile mismo
y, por ende, el cuerpo. En sociedades en las que se le teme a las
sensaciones cualquier expresión corpórea será mal vista. La champeta es
cuerpo redoblado, bandera que se alza en la mitad de lo festivo,
renovación de herencias ultrajadas.
BAZURTO, GESTÓ A LA CHAMPETA
Bazurto fue el reemplazo del viejo mercado de la Calle Larga en el
barrio de Getsemaní y se inauguró en 1977. Fue uno de los intentos
urbanísticos que trató de imponer belleza a la actividad ancestral y
sencilla del mercado. Se erigió como centro de la vida de la ciudad
desde los 80s, pero alejado de las grandes decisiones. El corazón de
Cartagena no late en la Plaza de la Aduana --espacio historial y sede
del gobierno-- sino en el mercado de Bazurto. Es el último resplandor de
lo popular. Y fue allí, en sus entrañas de podridas hojas de plátanos
en donde se gestó a la champeta. En el mercado se congregaban los
primeros vendedores de acetatos venidos en los barcos mercantes de las
Antillas, de los EE. UU., de los países cercanos del África occidental y
del África profunda, así como de los africanos que grababan en París.
Panorámica de Bazurto. Foto El Universal.
A Bazurto llegaron expresiones musicales de artistas como Althiery
Dorival, con su famosa canción “Ti Ca” (1978), Franco Luambo Makiadi,
cantando en lingala la canción soukous “Mario” (1979) o cada una de las
composiciones de Lokassa Ya Mbongo. Así mismo canciones como “El
Calabazo”, “El Baptisan” y toda la producción de M'bilia Bel, Miriam
Makeba y muchas otras mujeres, como la jíbara Ernestina Reyes “La
Calandria”.
Llegaron los merengues raizales de Ángel Viloria, la canción
vellonera de Odilio González y las canciones de la imperecedera orquesta
Wganda Kenya como “El Aluminio” y “El Evangelio” y el calipso de Edy
Fontana con el “Rico Bambú”, y Harry Belafonte con “Matilda” y “Banana
Boat Song”.
Son tantos los hombres y mujeres que participaron en la crianza de la
champeta que la cuenta se pierde en una extensa educación sentimental.
Sus aportes fueron los ingredientes que fraguaron la primera grabación
titulada “Permiso, permiso”, de Anne Swing.
M'bilia Bel
Hoy Bazurto es hijo espurio, mancha en el gran tapete turístico de la
Villa, fruta indecorosa. Claro, el estigma de nuevo se cierne sobre
todos.
Y es cierto que la música champeta en muchas ocasiones se vuelve
monocorde. Pero ¿qué precedente musical en el mundo no lo ha sido? Es
cierto que la premura de vender afecta el contenido de sus textos y
composiciones. Pero ¿y de qué van a vivir estos personajes que tienen
aventuras épicas en medio de la marginalidad? Es verdad que sus temas
son agrestes y que tienen descripciones de entornos que desconocemos y
de los cuales tenemos superficiales referencias en las noticias
judiciales de los noticieros y en los periódicos amarillistas. Pero
nadie puede negarle a la champeta la armonía y la bella cadencia que
libera.
Harry Belafonte y Miriam Makeba
En la champeta se aprecia aquella belleza profunda que el ruido del
barrio impide percibir. Mientras tanto los muchachos bailan con la
muerte detrás de la oreja y lo saben y miran con fascinación la bella,
distante y señorial ciudad al fondo. Ellos saben que son los hijos de
menos madres. En estos bailes todas las cosas del mundo se vuelven
simpáticas.
Blogs:La Terra del Cangrejo
Edito: el Sandalo
Comentarios
Publicar un comentario